China y la Línea de los nueve puntos

Introducción

Aunque la academia de las Relaciones Internacionales está dividida con respecto a la existencia de una Gran Estrategia a largo plazo por parte China, sí que son bien conocidos los ambiciosos planes de Xi Jinping para cumplir antes de 2049, el año en que se cumplirá un siglo desde el nacimiento de la República Popular China. Tales planes tratan de abarcar tantas esferas de poder como sea posible, siempre con el objetivo de conducir a China al «gran renacimiento de su nación»: aquella que hace siglos fuera la civilización más avanzada del planeta. Y es que, para renacer como potencia mundial y cumplir con el llamado sueño chino, el PCC está dispuesto a desplegar todos los medios que encuentre necesarios, como sucede con el caso del control de su mar meridional. 

Es aquí donde entra su estrategia expansionista basada en la Línea de los 9 Puntos, que delimita, con base en argumentos históricos, lo que Pekín considera territorio chino en las aguas que se disputa con otros cinco estados. El objetivo de este artículo será, por consiguiente, analizar los reclamos territoriales de Xi Jinping en el mar meridional de China, sus intereses en la región y los acontecimientos más relevantes en relación al conflicto.

Situación geográfica

El Mar de China meridional se encuentra en el Sudeste asiático, bañando a China, Vietnam, Malasia, Brunéi, Filipinas y la República China (Taiwán). Como se puede ver en el mapa, la Línea de los 9 puntos (en rojo) obvia las ZEE de todos los países mencionados, así como un área central de aguas internacionales. Además, incluye la isla de Taiwán, que la República Popular China sigue considerando de iure como territorio propio; el Bajo de Masinloc (o Atolón Scarborough), y los archipiélagos Paracelso y Spratly.

Figura 1: El mar de China meridional. Fuente: Radio Free Asia

Los casos de Paracelso y Spratly son particularmente destacables. El archipiélago Paracelso está administrado de facto por China, en concreto por la provincia de Hainan, pero a lo largo de los últimos años se ha visto fuertemente reclamado por Taiwán y, especialmente, por Vietnam. Hasta tal punto llegan las reclamaciones vietnamitas que, en mayo de 2014, se produjeron manifestaciones masivas cuando China construyó una plataforma petrolífera en las aguas del archipiélago. Con respecto al archipiélago Spratly, la situación resulta completamente caótica al estar reclamado por todos los estados de la zona, porque, si bien solo China, Vietnam y Taiwán reclaman el archipiélago en su totalidad, Brunéi, Malasia y Filipinas ocupan militarmente sus islas más próximas.

Intereses de la región

Desde luego, ni a China ni a los demás estados les faltan razones para reclamar la mayor fracción posible de este mar, pues su control supone un beneficio desde el punto de vista estratégico más que evidente. Se trata de un mar por el que circula aproximadamente el 21% del comercio marítimo mundial, ya que conecta Occidente con un mercado de más de 2.000 millones de personas, y, además, es la ruta por la que se abastecen de petróleo y gas natural países como Japón o Corea del Sur. Esto no sorprende sabiendo que el estrecho de Malaca, que conecta Océano Índico con el Mar de China meridional, es el segundo más transitado del mundo, pasando por este tres veces más petróleo que por el Canal de Suez y hasta quince veces más que por el Canal de Panamá.

Figura 2: Tráfico en el estrecho de Malaca. Fuente: Naucher Global

En cuanto a los intereses económicos, también hay que añadir los potenciales yacimientos de petróleo y gas natural que podría haber en las profundidades del mar. Las estimaciones rondan los 11.000 millones de barriles de petróleo y los 190 billones de pies cúbicos de gas natural, cuya explotación correspondería, según la legislación internacional, al país dueño los derechos de ZEE sobre cada yacimiento. Teniendo en cuenta las altas tasas de crecimiento de la mayoría de economías de la región y la ausencia de otros yacimientos relevantes, es razonable que todos los países traten de colonizar sus islas próximas con tal de alejar sus 200 millas náuticas de influencia y, así, obtener más derechos de explotación.

De todos modos, no son económicos todos los intereses que conciernen a la región, pues China, además, tiene por objetivo establecer lo que se conoce como una Zona de Identificación de Defensa Aérea (ADIZ): un área fuera del espacio aéreo soberano de un país donde todas las aeronaves que deseen atravesarla deben ser identificadas, localizadas y controladas por este. Tal concepto, si bien no está sujeto a ninguna ley internacional, lleva existiendo de facto desde la Guerra Fría y, además, es empleado por numerosos países aún en la actualidad, por lo que no se trata de algo nuevo. Por tanto, el problema no reside per se en el hecho de establecer una ADIZ, sino en que esta entraría de nuevo en conflicto con las reclamaciones de identificación aérea de sus países vecinos y, sobre todo, porque se superpondría con la ya establecida ADIZ de Taiwán. Para Washington esto supondría un problema, y ya no solo por el hecho de que China, su contrapeso militar en el Pacífico, vaya a aumentar su poder militar, sino porque esto reduciría las oportunidades de defender y suministrar apoyo a Taipéi sin entrar en conflicto directo con Pekín.

Competición por su control

Dadas las motivaciones económicas y militares que despierta este mar, no son de extrañar los intentos por parte de todos los estados de expandir o, simplemente, de conservar, sus áreas de influencia sobre el mismo. Los países, podríamos decir, defensores (los que tratan de conservar sus derechos ya reconocidos), se centran en ocupar las islas cercanas a sus costas para ejercer la soberanía efectiva sobre sus 200 millas náuticas, y lo hacen mediante la construcción de bases militares o pequeñas residencias vacacionales. Así, Filipinas ya ejerce el control sobre islas como Thitu o Second Thomas, Malasia sobre Swallow o Erica, Vietnam sobre Truong Sa o Naimyit y Taiwán sobre Itu Aba

Sin embargo, China, a quien podríamos considerar atacante, lleva la cuestión al siguiente nivel ya no solo mediante la ocupación de islas, sino mediante su construcción. Sabiendo que la mayoría de islas de tamaño mínimamente considerable ya estaban siendo ocupadas, Pekín decidió atacar diseñando un barco capaz de excavar y succionar material marino para, literalmente, construir tierra firme. Entre 2013 y 2017 construyó nada menos que siete islas, las cuales, a día de hoy, están equipadas con infraestructuras militares de toda índole, desde simples aeropuertos y helipuertos hasta hangares, depósitos y bases antiaéreas.

Figura 3: Una de las islas construidas por China, 2017. Fuente: AMTI

El movimiento de China no dejó indiferente a la comunidad internacional, pues en 2016 se posicionó del lado de los defensores alegando que las reclamaciones de la Línea de los 9 puntos carecían de base legal. Esto ocurrió porque Filipinas, ante la violación sistemática de sus derechos de ZEE, propuso someter la situación a arbitraje internacional en la Corte de La Haya, lo que Pekín decidió aceptar. Como no es de extrañar, el fallo (que además es de carácter vinculante) resultó en favor de Filipinas, pero aun así Xi Jinping anunció públicamente que sus derechos de soberanía no iban a verse afectados «de ninguna manera», pues La Haya no tiene facultades ejecutivas como para hacer a China cambiar de planes.

Las fuentes se vuelven difusas al tratar de buscar respuesta a una pregunta que salta a la vista, pero que nadie termina de responder: ¿Por qué, entonces, China cesó la construcción de estas islas en 2017? Un informe de la AMTI (Iniciativa de Transparencia Marítima Asiática) de diciembre de 2017 apunta que las islas construidas en el mencionado intervalo formaron parte de una fase que ya está finalizada y que, hasta nuevo aviso, no se prevé que China vaya a construir más, sino que se centrará en la ocupación efectiva y el mantenimiento de las ya existentes. Hay que tener en cuenta que, al tratarse de un organismo independiente, la AMTI desconoce la verdadera voluntad del gobierno chino, pero fecha de noviembre de 2021 sus especulaciones parecen haberse confirmado.Con respecto a la situación actual del conflicto, lo más destacable está siendo la intervención de EEUU en la región, especialmente desde la sentencia de La Haya contra China. Esto es, por una parte, porque busca destacar la vigencia de sus compromisos militares en la región, pues países como Filipinas o Taiwán tienen acuerdos de defensa que involucran directamente a Washington. De todos modos, su motivación principal parece ser la de hacer cumplir con el derecho de libre circulación, pues está llevando a cabo en el Mar de China meridional lo que llama «operaciones de libertad de navegación», que consisten en ordenar a barcos y aviones militares a patrullar tanto el espacio aéreo como las aguas internacionales de la zona con el único objetivo de hacer notar su presencia. Estas operaciones molestan especialmente a China, cuyo ministro de asuntos exteriores, Wang Yi, ha acusado a EEUU de «tratar de desestabilizar deliberadamente la región». No sorprende, sin embargo, saber que estas acusaciones se hicieron después de que Washington enviara nada menos que dos portaviones a vigilar sus proximidades.

Figura 4: Portaaviones americanos en el Mar de China meridional. Fuente: Infobae

Conclusiones

El mar de China meridional se está convirtiendo en un punto clave de la geopolítica del siglo XXI, ya que los intereses económicos, militares y propagandísticos que incentivan a su control están desembocando en una competición cuyas dimensiones sobrepasan cualquier límite deseable. Como se ha mostrado, el gigante asiático, inmerso en su campaña expansionista, está dispuesto a saltarse las convenciones internacionales con tal de adueñarse de su llamada Línea de los 9 puntos, aunque eso le cueste las relaciones diplomáticas con más de un estado.

Pese a que las tensiones entre los países de la región no hagan más que escalar, no se prevé tampoco que vayan a desembocar en una situación de conflicto armado. Eso no quita, aun así, que sea prioritario incentivar a los gobiernos implicados a alcanzar un entendimiento mutuo, dado que, en esta clase de escenarios, a veces es suficiente con que uno dispare la primera bala para que los demás se sumen en cascada. En caso de darse tal escenario, todo apunta a que China saldría como clara ganadora, a no ser que la comunidad internacional juegue un papel capital en el desarrollo o la resolución del conflicto. De cualquier manera, la responsabilidad de la misma será la de tomar cartas en el asunto mucho antes de que estos rifirrafes diplomáticos asciendan a algo que pueda poner en peligro la seguridad internacional.

Fuente de la imagen destacada: The Economist

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