Raíces del ser humano: Las sociedades matriarcales del pasado, una mirada a la Vieja Europa.

Hasta hace bien poco se nos enseñaba una forma de ver el pasado que no tenía porqué ser la correcta. Se nos mostraba una parte de la historia que a ellos les convenían, que poseía una distancia drástica con la realidad, mas suerte tenemos que las verdades del pasado se están transformando ante nuestros ojos, poco a poco estamos viendo realidades antiguas que antes se hubiesen creído impensables, mas están ahí y siempre lo han estado, solo que estábamos demasiado cegados como para aceptarlo.

Cuando era pequeño recuerdo pensar que lo que me contaban de la prehistoria era inexacto, falso. Eso de que las mujeres se dedicasen a recolectar y los hombres a cazar no poseía sentido en mi fuero interno, mi instinto me aseguraba que era falso. Ahora, sabemos que no era así. Quienes se dedicaban a la caza eran aquellos que tenían talento para esto, sin importar su género y su sexo; quienes se dedicaban a la recolección eran aquellos que poseían el conocimiento de qué plantas y frutos eran comestibles y cuáles no, pero no tenían porqué ser mujeres, sino cualquiera que supiera diferenciarlo. Obviamente esto podía llegar a variar dependiendo el área, empero lo que tenemos claro desde la arqueología es que no podemos suponer una jerarquización en torno al sexo como siempre nos han enseñado, probablemente, a causa de las presiones binarias del patriarcado. Y siguiendo esta línea es como llegué a Marija Gimbutas cuyas investigaciones sobre la Vieja Europa cambiaron la perspectiva de género de una manera revolucionaria.

Marija Gimbutas fue una arqueóloga y antropóloga lituana que nació el veintitrés de enero de mil novecientos veintiuno y murió el dos de febrero de mil novecientos noventa y cuatro.

Como se puede suponer, la vida de Marija Gimbutas estuvo muy marcada por la crisis tras la Primera Guerra Mundial y la Segunda, junto a las invasiones de las dos de las grandes fuerzas de la tercera y cuarta década del siglo XX: La Unión Soviética y la Alemania Nazi. Y más adelante, se vio circundada por la Guerra Fría.

No obstante, hemos de tener en cuenta que fue una persona muy privilegiada comparándola a  otros ciudadanos. Sus padres eran universitarios, poseyendo un gran conocimiento en varias áreas que condicionarían a Gimbutas desde su infancia, como el folclore y el arte de su patria, lo que la condujo a tomar el enfoque profesional que la llevaría a ser reconocida en gran parte del mundo, especialmente en Estados Unidos.

Estudió primero lingüística, para alejarse de esta rama levemente y adentrarse en la arqueología en la Universidad de Vilna de la mano de Jonas Puzinas en 1939. Sin embargo, sus estudios se verían interrumpidos a causa de la invasión soviética a su país en junio de 1940. La URSS cerró la universidad y en protesta, Gimbutas junto a varios de sus compañeros huyeron a los bosques cerca de Pazaislis. Allí estuvo escondida hasta que el ejército Nazi entró en Lituania, siendo percibido como liberador de un sistema soviético que Marija no aceptaba. De esta forma, ella volvió a sus estudios hasta que en 1949 se mudó a Norteamérica, convirtiéndose en una de las primeras mujeres en ser profesora de antropología, aparte de traductora de pergaminos de la universidad de Harvard.

Según puso un pie en esta gran institución, el resto de su vida académica estuvo rodeada de grandes expertos, de tal forma acabó siendo catedrática de la Universidad de California en los ángeles. No obstante, las clases no la alejaron de su verdadera pasión: La investigación antropológica y arqueológica de la antigua Europa. Así Marija desarrolló una nueva metodología, la arqueomitología, que consistía en una investigación interdisciplinar, concentrándose sobre todo en la arqueología, cultura, mitología y lingüística tratando de identificar sociedades prehistóricas preindoeuropeas y es así cómo nace Diosas y Dioses de la Vieja Europa.

Diosas y Dioses de la Vieja Europa nos plantea una perspectiva rompedora y bastante innovadora, de la cual pocas veces se había conversado antes, sobre un supuesto conjunto de sociedades prehistóricas de naturaleza igualitaria, donde no existían las diferencias en cuanto al sexo e, incluso, la identidad de género de los diversos individuos.

La obra nos sumerge en el contexto de la prehistoria preindoeuropea, desde el siete mil hasta el tres mil antes de la era cristiana, en un lugar que llamaremos “Vieja Europa”, cuyo área, cito expresamente, “se extiende desde el Egeo hasta el Adriático, incluyendo las islas; por el norte llega hasta Checoslovaquia, sur de Polonia y oeste de Ucrania”. En este perímetro se dio lugar  un conjunto de, no solo pueblos, sino también ciudades que compartían una cultura de ingente semejanza, además de poseer ciertas tecnologías que en esta época solo se había divisado en las complejas sociedades de lo que Gordon Childe llamó en su día El Jardín del Edén, por ejemplo, el uso de cobre y oro para la fabricación de objetos rituales o la presunta sofisticación de su cosmología.

Durante las excavaciones que Marija y su equipo llevaron a cabo en estas zonas, lo que más encontraron eran figurillas femeninas, que estaban presentes en cada yacimiento. La mayoría poseía una forma bastante antropomórfica, pero en numerosas ocasiones, estas portaban máscaras o tenían rasgos propios de diversos animales, especialmente serpientes y aves, mas también toros, perros, osos, sapos o abejas. Criaturas bastantes comunes en las representaciones prehistóricas. Esto no eximía la inexistencia de figurillas masculinas, no obstante, las femeninas acostumbraban a tener mayor decoración, lo que podría incentivar la importancia que a estas se les otorgaba. Si bien esta objeción ha sido víctima de diversas críticas.

Sin embargo, y a pesar de que todo pudiera ser producto de una causalidad, lo que provocó que Gimbutas pensara que podríamos estar ante unas sociedades matriarcales, no fueron estas figuras simplemente, sino dónde estas se encontraban. Una vez descubiertas las ruinas de un templo en el yacimiento de Sabatinovka II en el sur del valle de Bug, lograron ver que la figurilla que estaba en el centro del altar era femenina, y no solo eso, sino que en el propio asentamiento encontraron veintiuna, siendo dieciocho femeninas y tres masculinas. Todas ellas compartían la peculiaridad de estar sentadas en tronos de cuernos. Siguiendo esta línea, se descubrió que no era propio de este lugar, sino que en otras antiguas edificaciones de carácter religioso y cotidiano como el Palacio de Knossos o la cueva de cerca de Heraklion, dedicada a Eleithya, también existían estos objetos, además de varios símbolos que los acompañarían en otros yacimientos de la Vieja Europa como el hacha de doble hoja, que pronto sería clasificado como emblema de la Diosa, pues esta lo blandía entre sus dedos.

Si bien el hacha de doble hoja siempre se ha relacionado con la guerra, perfectamente, podríamos arriesgarnos a decir que estas mujeres eran capaces de ir a luchar si así era necesario. Esto nos rememora a mujeres que fueron descritas por los poetas griegos como amazonas, ellas también vivían cerca del área de la Vieja Europa y si bien son ficticias, la ficción mucha veces posee una base de realidad. Tal vez, la verdad de estos personajes esté en alguna de las tribus habitantes de la zona en la que Gimbutas llevó a cabo sus estudios, esto justificaría porqué  se las representa con este arma, mostrando una vez más que la guerra no solo ha sido algo de hombres, sino que también las mujeres podían y lo hacían con firmeza.

 Enseguida se acabaría comprendiendo que esta hipótesis era, posiblemente, cierta, igual que “M” formaba parte de la escritura, sobre la que se comenzó a discutir tras la publicación de las tres placas de Tartaria  por Vassa en 1936, generando la visión de que la escritura en la  Vieja Europa estaba asociada a la religión. Este símbolo aparecía en vasijas y junto al rostro de estas figuras.

Llegando a este punto mucha gente podría preguntarse si en realidad no se trataba de una diosa aparte, sino de la predecesora de la Diosa Tierra de los indoeuropeos. Sin embargo, si uno lo mira desde esta perspectiva, se va a acabar olvidando de algo elemental: Al contrario que la madre Tierra Gea, la diosa de la Vieja Europa era la creadora suprema. Ella no representaba al planeta como tal como un organismo vivo, ni tampoco se quedaba embarazada de un dios masculino, generalmente, relacionado con el cielo (Urano), sino que ella misma era capaz de darse vida propia sin la intervención de absolutamente ningún individuo. Así nos lo deja reflejado en los diferentes artefactos arqueológicos que nos cuentan sobre una deidad que era más semejante a la sumeriana Ninkhursag. Como ella, la diosa de la Vieja Europa, mantenía el mundo vivo a través de sus cantos y de la energía de sus manos.

De hecho, la gran diosa de Gimbutas poseía más semejanzas con otras deidades de panteones más tardíos, destacando a Atenea, Artemis, Hera y Hécate. Hemos de tener en cuenta que poseemos el conocimiento hoy en día de que ninguna de estas deidades eran de origen griego, sino que provenían de otras partes del mundo. Esto lo sabemos por su etimología, algo que Marija Gimbutas también resalta en esta obra:

Por ejemplo, Artemis viene de A-ti-mi-te y a-ti-mi-to, comprendiéndose que no proviene de una lengua indoeuropea, ergo, era bastante lejana de esta cultura más patriarcal. Por otro lado, Hékate, en origen es Hékabe, era una deidad asiática, también llamada Enodia en Tesalia, nombre que después los griegos alinearían con Perséfone. Cabe añadir, que en Caria Hékate era la diosa principal, lo que aporta más credibilidad al punto que Marija trataba de realizar. Es bien sabido en círculos lingüísticos, incluso desde antes de que este libro se completara, que el nombre de Atenea (Athenai) es pregriego. De hecho, con respecto a esta diosa, si uno piensa verá que en una sociedad como la de la Grecia Clásica, ¿qué hace siendo la diosa de la guerra y de la sabiduría una mujer? Y no solo eso, sino que Atenea era conocida como aquella que siempre ganaba, ni siquiera Ares podía quitarle el poder. Este mismo hecho nos puede indicar que Atenea era anterior. Por último, gracias a los escritos de Heródoto, no solo sabemos que Hera no era de origen heleno, sino que era la principal deidad de los pelasgos, los indígenas del norte de Grecia, que sin sorprendernos, se encontraban en el área de la Vieja Europa.

De Hera tenemos representaciones pictóricas y escultóricas que datan de antes del siglo XIII ac, donde la diosa aparece en posición central, ocupando el trono y junto a ella, una figura masculina, que se comprende que ha de ser su conyugue, Zeus. Estas imágenes se pueden encontrar en santuarios de Perachora, Argos, Samos, Lesbos, Foce del Sele, Sybaris, entre otros.  Esto junto al hecho de que a Hera se la denominase “la de ojos de vaca; la de la mirada del toro”, mientras divisamos la ingente importancia que poseen los toros y sus astas, no solo en la Vieja Europa sino en otros yacimientos de sociedades igualitarias como Çatal Höyük, acentúa más la hipótesis de Gimbutas sobre una Europa, e incluso, un mundo de sistemas culturales matriarcales, que no indicaban la superioridad de la mujer, sino la igualdad entre sexos e identidades de géneros.

Esto se ve representado en el acompañante de la diosa, quien es un ser masculino que es muy semejante a Dioniso o incluso a Pan. Se sabe que la figura de Dioniso era preindoeuropea, pues también sigue los matices que caracterizan a la Diosa de la Vieja Europa. En esta zona los mitos, las historias, no poseen la polarización entre masculino y femenino que se obtendrá más adelante, sino que, por lo contrario, ellos buscan la dualidad de estos dos componentes. Nada se subordina a nada, ambas fuerzas, ambos dioses, deben complementarse mutuamente, provocando que su poder fuera doble, más fuerte. Es por este motivo por el que se representa a la diosa muchas veces como una figura intersexual, que porta características de ambos sexos.

A medida que la Vieja Europa va avanzando, seguimos obteniendo más pruebas que apoyarían que los mitos hablaban de figuras femeninas embarazadas que gobernaban el mundo y poseían apariencias de animales, especialmente de ciervos si hablamos del Paleolítico Superior. Cabe añadir, que estas mismas representaciones se han hallado por toda Europa.

Estas sentencias provocaron un inmenso impacto social, especialmente en Estados Unidos, donde a pesar de estar bien documentado, le cayeron muchas críticas negativas. Su obra fue durante varios años catalogada como basada en conjeturas arqueológicas, que llegaba a rozar la pseudoarqueología. Las más destacadas fueron por parte de Bernard Wailes de la Universidad de Pensilvania asegurando que tanto él como sus compañeros creían que Marija Gimbutas era una mujer muy inteligente, mas que conectaba ideas desde una perspectiva demasiado personal sin argumentos lógicos. Por otro lado, Ruth Tringham y Linda Ellis argumentaban que la obra de Gimbutas era inválida a causa de que era más intuitiva que racional. No obstante, no todos sus críticos se mantuvieron firmes en una posición negativa ante esta obra, sino que acabaron alabándola al salir más historiadores y arqueólogos contribuyendo con su idea en diferentes trabajos de campo. Este es el caso de Colin Renfrew.

También tuvo críticos que consideraban su obra demasiado feminista, aunque Marija dejó claro en varias declaraciones que su perspectiva en cuanto a los sistemas matriarcales no era una superioridad por parte de las mujeres, ni mucho menos, sino un sistema que no era patriarcal, de naturaleza igualitaria. Añadió, además, que ni siquiera se consideraba feminista.

Sin embargo, todas estas críticas acabaron silenciándose con el tiempo cuando se consolidó lo que Marija había predicado. Esta obra provocó un cambio en la arqueología e, incluso, la antropología, iniciando un camino que acabaría confirmando la perspectiva de que en las sociedades preindoeuropeas, e incluso prehistóricas en gran parte del mundo, la jerarquización entre géneros que nos enseñaron desde pequeños era completamente inexistente.

Al final, con el paso de las décadas Diosas y Dioses de la vieja Europa se ha consolidado como el libro que siempre ha sido: Una obra maestra, rompedora, innovadora, cuyo objetivo era desvelar una verdad que a una sociedad, afectada por el patriarcado del abrahismo, no podía aceptar, y lo ha logrado. Con una estructura portadora de coherencia, respaldándose en numerosos yacimientos arqueológicos y en los vestigios que estas civilizaciones nos han otorgado. Cabe añadir, que Marija Gimbutas a pesar de realizar una investigación en un terreno casi desconocido, tuvo la sensatez de abrazar descubrimientos de estas épocas realizados por otros investigadores, como puede ser el anteriormente citado Vassa, Sir Arthur Evans, o  James Mellaart y sus primeras indagaciones de Çatalhöyük que también recogía un simbolismo muy semejante al hallado en la Vieja Europa. Sin ellos, parte de los argumentos de Gimbutas hubiesen perdido bastante peso.

Lo único que necesitó en su momento y lo que ella pedía era tiempo, y tal como comentó, el tiempo ha acabado dándole la razón: Hay una época casi desconocida de los humanos donde sus sociedades no se componían de la manera en la que una vez imaginamos.

Gracias a estos y otros estudios dentro de la Vieja Europa, junto con otras sociedades por todo el mundo, estamos comenzando a comprender temas que antes dábamos por sentado, llegando a la conclusión de que no debemos pensar que una sociedad ha de estar basada en el patriarcado de la manera en la que actualmente lo conocemos, que esto no siempre sucede y que eso está bien, es correcto: Para hacer historia verdadera hemos de intentar no caer en aquello que siempre hemos pensado como de una manera concreta, para hacer historia hemos de investigar sin permitirnos fallar en eventos como estos. Cuanto más avancemos en técnicas arqueológicas, más información obtendremos; tal vez nos sigamos sorprendiendo con casos como estos que no son pocos y que, paulatinamente, parecen cobrar mayor presencia en todo el planeta.

Cada día los expertos están más seguros de que no sabemos tanto como creemos, solo sabemos lo que nos han querido narrar. Un caso que rompió todos los esquemas y que pudo mostrarnos cómo los estudiosos han estado dando uso a la interpolación para contar la historia que les conviene es el de Treptona:

 Treptona era una mujer que tenía numerosos e importantes negocios en Roma en torno al I-II dc, sin embargo, cuando los arqueólogos encontraron la evidencia en el siglo XX, decidieron modificarlo, quitando la a del final del nombre, ergo, por un largo tiempo creyeron que era un hombre. Sin embargo, la verdad suele salir a la luz, tarde o temprano, y ahora sabemos que era una mujer con poder, con bastante influencia en un sitio que siempre se nos ha destacado como altamente misógino, donde las mujeres jamás podrían lograr gran cosa.

En definitiva, el pasado siempre logrará sorprendernos, cuando menos nos lo esperamos, nos sorprende, provocando que nos cuestionemos si verdaderamente lo que creíamos conocer es cierto… Nunca lo sabremos, y esa es la belleza de la historia, siempre será un misterio, un misterio indescifrable hasta que logremos viajar a esos tiempos.

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