LAS 5 W´s DE LOS CONFLICTOS OLVIDADOS

La brutalidad de los ataques que continúan en la Franja de Gaza ha eclipsado la actualidad noticiosa de cualquier otro conflicto en curso, incluida la guerra en Ucrania que ha entrado ya en un perverso espacio de normalidad admitida ante un escenario bélico que apunta hacia el estancamiento y, por ende, hacia un paulatino desinterés mediático.  Aunque lejos todavía de caer en el saco roto de los “conflictos olvidados”, es precisamente el olvido una de las causas que alimentan la cronificación de conflictos en favor de oscuros intereses implicados en la contienda que condenan a las poblaciones locales a un contexto de sufrimiento y futuro incierto.

La tradición periodística ha utilizado el paradigma de las 5 w´s para estructurar el relato informativo, es decir, responder al what, who, when, where and why (el qué, quién, cuándo, dónde y por qué) para transmitir el mensaje noticioso, mientras que las teorías de la Agenda Setting nos explican las razones de los medios de comunicación, en particular, los medios de masas para la selección y publicación de noticias. Mediante la reinterpretación e integración de ambos conceptos trataremos de explicar en estas líneas porque algunos conflictos, a pesar de generar muerte, destrucción y pobreza, dejan de ser noticia.

Definir QUÉ es un conflicto responde a numerosos matices, es decir, se trata de un concepto que va más allá del enfrentamiento armado entre dos partes. El HIIK (Heidelberg Institute for International Conflict Research) una asociación independiente adscrita al Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Heidelberg (Alemania) publica anualmente desde hace más de tres décadas el Barómetro de conflictos a nivel mundial a través de una escala que los clasifica en cinco categorías según se trate de “disputa; crisis no violenta; crisis violenta; guerra limitada y guerra”. El registro medio del último lustro supera los 300 conflictos por año. A espera (en vilo) del nuevo informe referido al año que finaliza, 2022 contabilizó 42 conflictos armados, la mitad de alta intensidad, es decir, aquellos que superan el umbral de 1000 víctimas repartidas entre los bandos enfrentados. Pero existen otros conflictos como los medioambientales por la extracción de recursos naturales (Río Las Vacas de Guatemala) o contaminación por vertidos tóxicos (“pueblos del cáncer” en China); los relacionados con el derecho a la tierra de los pueblos indígenas (Sengwer en Kenia o Adivasis en la India); crisis migratorias (Tapón de Darién en Centroamérica o cárceles ilegales en Libia) o violencia estructural (mafias del narcotráfico en México o pandilleros en Haití) que también generan víctimas mediante disparos y destrucción ejercida como moneda de cambio bajo el ciclo viciado de la violencia e intereses que se sitúan al margen de las poblaciones locales.

                                      Fuente: HIIK

Los actores clásicos de los conflictos armados son los ejércitos regulares de los estados, pero, aunque la actualidad mediática se concentra en las guerras entre países como Israel y Palestina o Rusia y Ucrania, la gran mayoría de las guerras son intraestatales, es decir, se desarrollan dentro de los propios territorios nacionales. El QUIÉN de los conflictos olvidados es difícil de identificar pues se extiende a otros grupos armados como guerrillas, milicias, bandas paramilitares, narcotraficantes, yihad islámica, niños soldado o señores de la guerra que, según Karlos Pérez Armiño, profesor de Ciencia Política especializado en Seguridad, Relaciones Internacionales y Ayuda Humanitaria, “tienen poco sentido de la disciplina y operan sin casi cadena de mando ni programa político”. A su vez, se añadirían los nada nuevos “grupos mercenarios” cuyo protagonismo mediático ha sido copado por “ejércitos” rusos en los países del Sahel, Ucrania o en la guerra de Siria, herederos sin embargo de la “escuela” israelí, británica o norteamericana como parte de la externalización de sus estrategias de política internacional. ¿Sabría el lector identificar y contextualizar las siguientes siglas o nombres: al-Shabaab; ASWJ; M23; TPLF; Boko Haram…? Sorprendería saber que refieren sólo a 5 de las 21 guerras que se dirimen en el continente africano, el que mayor número de conflictos anuales registra en todo el mundo y el que menos corresponsalías acoge. La drástica reducción de corresponsales y enviados especiales por los grandes medios de comunicación occidentales a partir de la crisis económica del 2008 contribuyó, en gran medida, al déficit en el relato periodístico para explicar las raíces históricas y conexiones sociales de los actores en los conflictos olvidados. Conflictos, por cierto, hegemónicamente masculinos en cuanto a su liderazgo.

La cronificación, como característica propia de los conflictos olvidados, dificulta establecer el CUANDO o inicio de la contienda, que en muchos casos se remonta a procesos de descolonización incompletos o imperfectos (Sáhara Occidental o la disputa de Cachemira), a fenómenos político-religiosos como la expansión del Estado Islámico o a revueltas civiles como la Primavera Árabe. Desde una perspectiva mediática occidental, la noticia salta habitualmente ante la violencia generada por un atentado o golpe de estado, como en el caso de Sudán, aunque éste haya sido un episodio más de una larga historia de un país que ha vivido décadas de guerra. Incluso con la actual y atroz guerra entre Israel y Palestina, el goteo de muertos semanales que se producían en Cisjordania y Gaza a manos del ejército israelí y sus colonos no suponían motivo de noticia hasta el re-estallido de la guerra provocada por el ataque terrorista de Hamas el 7 de octubre. En este sentido, habría que añadir una pregunta más, el CUANTO, es decir, ¿cuál es el número estimado de muertes para que una guerra se convierta en noticiosa? Si tomamos como ejemplo la guerra en Tigray, al norte de Etiopía, calificada como uno de los conflictos más mortíferos del siglo XXI, con más de 100.000 muertos, según el Instituto de Investigación para la Paz de Oslo o, incluso, estimaciones que oscilan entre 300.000 y 800.000 víctimas civiles según la Universidad de Gante (muy por encima en cualquier caso de los muertos contabilizados en la guerra en Ucrania) tragedia a la que habría que añadir la hambruna y los millones de desplazados generados por el conflicto en un país cuyos índices de pobreza son preocupantes y cuya estabilidad es clave para la región del Cuerno de África, no parece que haya sido, sin embargo, suficiente drama para captar nuestra atención mediática desde Occidente.

               Soldado de las Fuerzas Especiales Afar en la Región de Tigray, Etiopía / AFP

La información internacional gira entorno a las relaciones entre los Estados y las Organizaciones Internacionales, en nuestro caso la UE, la OTAN y, por su proximidad geográfica, la Liga Árabe, sin olvidar el vínculo histórico, cultural y económico con América Latina. Este “estatocentrismo” explicaría la escasa cobertura mediática de los principales medios de comunicación españoles hacia el casi 75% del total de las guerras en el mundo, es decir, las que se desarrollan en el África Subsahariana, Asía y Oceanía. Por tanto, el lugar en DONDE se producen las guerras es determinante para que la noticia sea cubierta mediante enviados especiales o superficiales notas de agencia replicadas a modo de “corta y pega”. Otras, que por su proximidad geográfica podrían suscitar mayor interés mediático, caen en una suerte de “intermitencia noticiosa con irregular seguimiento” para evitar colisionar con determinados intereses estratégicos de Occidente, como la guerra civil en Yemen y su intromisión por la “intocable” Arabía Saudí, conflicto calificado por ACNUR, Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, como la peor crisis humanitaria de la historia o la reciente invasión del Nagorno-Karabaj y el soterrado genocidio en curso de Azerbaiyán, “socio preferente” de la UE por sus recursos energéticos. Por cierto, mientras los combates se libran en el Sur, las armas siguen exportándose desde el Norte.

Las razones que explican los conflictos a lo largo de la historia contemporánea han evolucionado desde las clásicas disputas territoriales o luchas por la independencia a reivindicaciones hacia cambios de sistemas más democráticos o enfrentamientos por liderazgos nacionales o regionales. En la actualidad, la lucha por los recursos naturales es una de las principales causas de los enfrentamientos armados que se pueden convertir en interminables guerras, como la endiablada lucha por los minerales que continúa carcomiendo a la República Democrática del Congo. Las fichas del sistema geopolítico del siglo XXI representan un escenario multipolar y entender la “guerra de tronos” de las principales potencias mundiales ayudaría a explicar el PORQUÉ del enconamiento de muchos conflictos. Aunque la mayoría de las guerras en el mundo sean “intraestatales”, sus elementos internos están relacionados con la geopolítica internacional, es decir, las decisiones que se toman en los foros supranacionales, como el Consejo de Seguridad de NNUU y su polémico sistema de vetos, afectarían a la resolución o cronificación y olvido de los conflictos armados, pues no se trata sólo de peleas entre grupos étnicos por los recursos locales, sino que ello sería la consecuencia de unas causas más profundas cuyos intereses económicos y geoestratégicos quedarían mejor explicados si hubiera mayor transparencia en las fuentes de financiación que se esconden detrás las líneas de fuego.

Mientras, la atención mediática juega un papel fundamental para explicar el mundo y ser testigo de los conflictos armados y poder contrarrestar el relato interesado de las partes en contienda. Por eso, la infra o sobrerrepresentación de las guerras según su distancia geográfica y cultural marcada por la Agenda Setting de turno, contribuye, o no, al olvido de determinados frentes. Y en ello, la responsabilidad del ciudadano como receptor de noticias también es importante. El reportero británico del The New York Times, Max Fisher, a propósito de la publicación de diferentes crónicas sobre atentados terroristas, reflexionaba acerca de la predisposición y atención del lector occidental según sea el origen de las víctimas o el lugar donde ocurra el suceso, siendo muy dispar si la bomba y los muertos fueron en Beirut, Bangkok, Bagdad o París. Conseguir superar la apatía y el desinterés de los lectores supondría, según este periodista, una satisfacción para aquellos que se esfuerzan en poner el foco en los territorios y conflictos olvidados.

                           Viñeta del Comic “El cielo en la cabeza” de A. Altabarriba, S. García y L. Moral

El Periodismo puede llegar a ser una desagradecida profesión si el lector, espectador u oyente no se compromete en escarbar más allá de los principales titulares en medios convencionales, pues, incluso en ellos, es posible encontrar interesantes crónicas y reportajes que nos sitúen en la realidad del mundo en el que vivimos. Nuestra revista Prisma, desde la modestia y la ilusión por crecer, bebe de diversas fuentes y mira hacia aquellos modelos de comunicación que se resignan a olvidar las esquinas sombrías del planeta y apuestan por una forma de contar el mundo con profundidad. Me gustaría, así, terminar el 2023 con unas recomendaciones en esta línea, para animar a una lectura profunda en revistas como 5 W´s o periódicos mensuales como Le Monde Diplomatique; a una escucha atenta de programas radiofónicos en grandes medios como Cinco Continentes de Rne o formatos independientes como Carne Cruda; a una mirada sosegada hacia proyectos fotográficos que se empeñan por no olvidar historias, como la revolución armada en Myanmar (Siegfried Modola) o el conflicto de Tigray en Etiopía (Eduardo Soteras) o, para el que se atreva, a un viaje ilustrado para adentrarse con El cielo en la cabeza en el más tenebroso de los conflictos olvidados.

Autor: Carlos Tofiño Rodríguez

Editor: Equipo Coordinación PRISMA UC3M

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.